Coudet posa con la camiseta en su presentación como entrenador del RC Celta de Vigo. Foto: RC Celta.

El drama de Coudet

Entrevista

Coudet posa con la camiseta en su presentación como entrenador del RC Celta de Vigo. Foto: RC Celta.

Entrevista

Mientras Eduardo Coudet sobrevolaba el Atlántico para enfundarse el chándal del Celta, yo trataba de conseguir que mi hijo pequeño volviera a conciliar el sueño. Eran las cuatro de la madrugada y, como de costumbre, Xaime se despertó inquieto en su cuna, con el objetivo único de trasladarse a la cama de sus padres. El niño encuentra alivio al palpar cualquier parte del rostro de sus progenitores, con especial predilección por la boca o los orificios de la nariz de su madre.

Ella es una consumada amante del sueño, lo pone por delante de cualquier otra forma de ocio (sí, de cualquiera). Por eso, cuando el llanto desconsolado de su hijo la despierta en medio de la oscuridad, no es capaz de frenar su cólera. Esa noche, cargada de seriedad, me dijo que el niño estaba atentando contra nuestros derechos más básicos y que algo así debía estar regulado por algún ente público. No sé si esperaba que el vicepresidente del Gobierno se presentase allí, con mascarilla y guantes, e intentase tranquilizar al bebé.

“No sé si esperaba que el vicepresidente del Gobierno se presentase allí, con mascarilla y guantes, e intentase tranquilizar al bebé”

A mí todo ese alegato me pareció completamente excesivo y así se lo hice saber. Después me fui arrastrando los pies a la cama libre de la habitación contigua. Cinco minutos más tarde y cuando ya me estaba sumergiendo en el mundo onírico, sentí unas pisadas fuertes y rápidas, parecían zancadas. Al abrir los ojos, intuí una fantasmagórica silueta en el umbral de la puerta. Una desordenada y larga melena tapaba su cara, era algo así como la niña de The Ring. Me sobresalté. Advertí un bulto entre sus brazos, un bulto vivo que me miraba con una mezcla de lástima y desconfianza.

-Toma, lo duermes tú, a ver si por la mañana te parece o no exagerado.

Coudet Celta
Coudet en su presentación como entrenador del RC Celta de Vigo. Foto: RC Celta.

Aproximadamente quince horas después -y con el sueño perdido revoloteando por todo mi cuerpo- yo estaba en el aeropuerto de Peinador, esperando la llegada del nuevo entrenador del Celta. Fue una guardia como las de antaño, sin más certeza sobre el viaje que su destino final. Durante unas horas, hice de esa sala desangelada y casi desierta mi casa. Coudet no llegó ni en el vuelo de las 13, ni en el de las 15:50. Tocaba extender la jornada hasta las 21.

“Cuando por fin apareció tras las puertas correderas, yo me lancé, micrófono en mano, a preguntarle por Mandzukic”

Cuando por fin apareció tras las puertas correderas, yo me lancé, micrófono en mano, a preguntarle por Mandzukic. El Chacho vestía una especie de chándal gris, llevaba una gorra con la visera curvada y portaba una bandolera cruzada. Su imagen me hizo retroceder unos veinte años, cuando pasaba algunos fines de semana en macrodistocecas del extrarradio madrileño. Los que vestían como él solían estar en una esquina de la sala, divisando el cotarro, organizándolo más bien. A lo largo de la noche eran muchos los que se acercaban a ellos para acordar lo que a todas luces parecía ser una transacción. Vendían felicidad.

Ese día se restauró la justicia mundial por unos minutos y los miembros del Celta no pudieron acceder a la terminal. Así que lo primero que vio Coudet cuando desembarcó en Vigo fue un pequeño grupo de periodistas ansiosos. Su atuendo indicaba el deseo de pasar desapercibido, pero su mirada decía lo contrario. Como el que dice que no le gusta cumplir años pero luego se enfada si no es felicitado.

Le pregunté por Mandzukic, ya digo. Fue como la tercera pregunta de una ráfaga rápida. Él entonces se echó para atrás y tensó sus hombros para pedir un descanso cuando el partido no había hecho más que comenzar:

-Llevamos 30 horas de viaje, ¿no podemos hablar en otro momento?

“Si algo me ha enseñado la vida es que todos los dramas, en realidad, son igual de importantes”

Me compadecí por un fugaz instante, pero luego seguí preguntando. Ese hombre estaba exhausto por un viaje eterno, pero no sabía nada sobre los demonios que podían estar torturando a los que allí preguntaban y hacían fotos. Estaba centrado en su drama, es algo que nos pasa a todos. La preocupación más grande es la nuestra porque somos nosotros los que la sufrimos. Si algo me ha enseñado la vida es que todos los dramas, en realidad, son igual de importantes.

Coudet no sabía, pues, que yo apenas había dormido, llevaba diez horas en un aeropuerto y, lo peor de todo, que no pude tumbarme siquiera media hora después de apretarme un menú del día compuesto por tortilla y pollo asado. No creo que haya persona que merezca eso, Chacho. Para mí tampoco fue fácil.