En las últimas semanas, desde fuentes cercanas al Valencia Club de Fútbol, se atribuye al valencianismo una durísima acusación, verbalizada en diferentes canales: la connotación racial existente en la crítica a Peter Lim y Meriton Holdings. Sin duda, es una acusación grave, con carga de profundidad, haciendo uso instrumental de una de las peores lacras sociales, muy grave en otros países, y que afortunadamente no está demasiado extendida en nuestra sociedad, más gracias a la educación que a Dios. Personalmente, condeno cualquier insulto y me repugna la falta de respeto y el racismo. Es cierto que, ocasionalmente, Lim y sus enviados han sufrido calificativos que rozaban el desprecio racial cuando se les calificaba como “chinos” o, incluso, al propio Anil Murthy cuando recibe insultos como “Kebab” o “Apu”, que él sin embargo se tomaba a guasa utilizando la foto del personaje de los Simpson en su perfil de redes sociales. Sin duda, todas ellas situaciones lamentables y denunciables, que no pueden ni justificarse ni suavizarse, pero me temo que fruto de la frustración por los resultados y no de un odio profundo o ancestral, en todo caso tan condenable como aisladas situaciones. No se observa, obviamente, nada orquestado, que sea tendencia, que ocurra de forma generalizada ni, desde mi punto de vista, que justifique etiquetar a todo el valencianismo o la población valenciana como racista o aludir a la xenofobia como origen de la división evidente entre la propiedad accionarial del Club y sus aficionados. Sea este artículo un intento argumentado, firme, pero respetuoso, de exponer hechos objetivos que desmontan ese ataque que, como valenciano y conocedor de los entresijos de la institución, me ofende y me parece injusto con la afición valencianista, a la que sólo le faltaría recibir una etiqueta peligrosa e inmerecida.
El ‘Meriton Lives Matter’ es una falacia. Una estrategia y maniobra disuasoria, un discurso que repiten como un mantra, una socorrida distracción ante la realidad. La crítica puede ser ruidosa, a veces ciertamente acelerada y poco educada, no lo neguemos, pero nace no del color de su piel ni de su pasaporte, sino de su gestión y de sus formas dictatoriales. No son rechazados por quienes son, sino por sus actos. Incluso a algunos medios internacionales, un ejecutivo de Singapur, no directamente Murthy, les ha enviado correos electrónicos oficiales sugiriendo reportajes periodísticos el racismo que sufren en Valencia. En las próximas semanas, si se recrudece la crítica, no sería de extrañar una proliferación de entrevistas, ya encargadas y canalizadas con un pool de medios británicos, donde se deslice este supuesto drama vital. Un drama, por cierto, que no se percibe cuando de forma natural almuerzan cada día en una terraza al aire libre. Ni se percibía cuando Murthy visitaba la Tertulia Torino o paseaba la bandera del centenario por las calles. Eran tiempos de vino, rosas y Mateu Alemany.


Durante mis 9 años en el Valencia nunca he detectado racismo de ningún tipo en la Institución, a excepción de algún conato en los ultras. Compartí únicamente dos temporadas con Meriton, con Lay Hoon Chan al frente. Ella, al menos, recibió duras críticas tras las estrambóticas decisiones deportivas que tomó Lim -no las tomaba ella- de sustituir a Nuno por Neville, vender a Alcácer, André, Otamendi y reponerlos gastando 100 millones de euros en suplentes, pero nunca se sintió atacada racialmente, porque trataba de entender a los valencianos y sabía que ese tiro era equivocado, que su gestión no era buena. Por eso pidió perdón en público, hoy día una utopía.
La homogeneidad de la población valenciana, la española en general, en general, ha sido una causa de la escasa influencia del racismo o de los aún más escasos resultados de la ultraderecha política en Valencia. De hecho, mi teoría es que la personalidad con cierto complejo de inferioridad del valencianismo permitió a Meriton acceder a la propiedad sin cortapisas ni dudas, pasando por alto el choque cultural que se antojaba inevitable, pero no tan insoportable como la realidad ha dictado. Dudo mucho que un propietario extranjero hubiera podido acceder, ni siquiera en momentos de supuesta zozobra financiera, a controlar el FC Barcelona, Real Sociedad o Athletic Club de Bilbao, clubes similares en cuanto al arraigo con sus tierras respectivas. En el Sevilla, sin ir más lejos, la afición ha parado la venta a fondos norteamericanos.
En las antípodas de la teoría de Meriton, la realidad vivida por los empleados en el Valencia es que Kim Koh, Anil Murthy y su séquito, sí despliegan un supremacismo evidente, una actuación basada en la superioridad de su origen. Idea propia de colonizadores, que ellos tienen interiorizada respecto a los españoles. Es un hecho objetivo que la totalidad de los miembros del Consejo y los cinco ejecutivos más próximos a la toma de decisiones, cinco de los siete salarios más altos fuera de la plantilla, son de Singapur. Ninguno de ellos ha pasado proceso de selección expreso ni inferido de sus trayectorias previas. De hecho, ninguno ha tenido experiencia previa en el mundo del fútbol. Ninguno, tampoco, conocían ni el valencianismo, ni la ciudad, ni sus funciones departamentales ni, muy probablemente, trabajarán en él a futuro. Sin embargo, su comportamiento, evidencia una percepción propia, interiorizada, de que están y viven dos escalones por encima de los demás.
“su comportamiento, evidencia una percepción propia, interiorizada, de que están y viven dos escalones por encima de los demás”
Y hay hechos que lo demuestran. La política MICE implantada en 2014 es la normativa interna de la SAD sobre gastos, representación y desplazamientos. Limita los gastos de empleados y ejecutivos a unos máximos. Por ejemplo, billetes de avión, dietas, comidas y cenas cuando viajas de negocios, limitadas a 30 euros. Unas guías obligatorias para los mortales que, obviamente, no cumplen los ejecutivos de Singapur, que tienen las visas platino de la entidad a plena disposición. Murthy y Joey Lim, por ejemplo, han rehusado conducir vehículos del patrocinador oficial, Skoda, al considerarlos demasiado bajos de nivel para ellos. Y han alquilado dos vehículos de lujo, que cuestan 1.200 euros mensuales de renting cada uno de ellos. Extraña situación ya que anteriores presidentes utilizaron los coches de patrocinadores oficiales de la marca colaboradora de turno o, en su defecto, los suyos propios sin incurrir en más gastos. Resulta chocante este exceso durante el COVID-19, porque el uso de los vehículos es para ir y volver de sus casas al Club, a Paterna y a los bares que frecuentan. Comentada fue la anécdota en la que Murthy, en una comida de Navidad con la prensa, cuando fue descubierto bebiendo vino carísimo, camuflado en una botella etiquetada con la marca del más barato que ofrecía a los comensales. Dos detalles, de los innumerables, que confirman que, si existe discriminación en el Valencia, es positiva y nace de ellos. Pero hay más.


A Sean Bai, de todos los singapurenses el mejor valorado y más empático internamente con los profesionales, lo nombraron Director de la Academia sin ninguna titulación técnica deportiva o experiencia previa en la formación. Nada extraño, ya que Murthy llegó a Valencia en análoga situación tras asegurarle a Lim que hablaba español, pero su dominio del idioma era muy deficiente. Poco a poco, eso sí, ha tenido la capacidad de desarrollarlo, aunque internamente entre las paredes de las oficinas, cada vez lo utiliza menos. A Teo Swe Wei no se le conoce función ejecutiva alguna, más allá de proveer a sus jefes de compañía, chascarrillos y ser el encargado de proveer el mejor brebaje escocés a Mestalla, cada partido en una bolsa de plástico, para celebrar los post partidos, sin importar el resultado. Esa función, tan compleja y titánica, le reporta un salario que cuadruplica el que perciben, por ejemplo, Arias, Bossio y Tendillo, a la postre quienes están dando la cara por el Club en momentos complicados pero siguen necesitando, incluso, alguno de ellos la ayuda económica de la Asociación de Futbolistas para mantener una vida digna que merecen y se ganan de sobra… Pero Meriton no les quiere reconocer. ¿Es eso equitativo?


No es extraño en oficinas, comprobar como los mandos de Singapur encargan a empleados y empleadas cualificados y titulados el organizarles tareas domésticas, tintorerías, y compras varias. Personal shoppers a cuenta de la institución. A Joey Lim, último en llegar, le han dado la misión, inopinadamente, de gestionar la comunicación institucional sin saber ni una sola palabra de castellano. No se entiende ni por señas y debe analizar lo que se dice de ellos y lo que ellos deben decir. Su decisión de nombrar un comité con tres periodistas valencianos, empleados hasta ese momento de baja responsabilidad y poco proporcional salario, es perverso hasta con ellos. No les arriendo la ganancia a los que tengan que publicitar esa campaña de “Valencia es racista”, siendo valencianos. Una cosa es defender a tus jefes por lealtad y profesionalidad, necesitar el sueldo o incluso buscarles el perrito, pero otra es que te ordenen atacar a tu pueblo, tus principios y tus raíces. Doy gracias por no haberme encontrado en esa posición.
“A Joey Lim, último en llegar, le han dado la misión, inopinadamente, de gestionar la comunicación institucional sin saber ni una sola palabra de castellano”
Ejemplo palmario de esta desintegración, este aislacionismo programado, ha sido el caso de Kim Koh, una persona experta y de máxima confianza de Lim, que, tras seis años en Valencia, la abandonará el día 20 de diciembre sin haber mantenido una conversación en castellano. Sus horas ante el ordenador tratando de entender cuentos para niños han sido baldías, mucho menos provechosas que sus visitas a restaurantes o sus excursiones a recoger trufas, logrando altas cotas de maestría como Trip Advisor y una excelente pronunciación de una perífrasis “este vino es barato”, así lo considera, incluso a 300 euros la botella, comparados con lo que les piden por ellos en Singapur. Koh no duda en mostrar, paradójicamente, a los empleados españoles que se dirigen a él en inglés, su desaprobación con el manejo que muestran en el idioma de Shakespeare. Califica de “nivel terrible” los escritos que recibe, aunque para él pronunciar ‘Buenos Días’, tras un lustro estudiando, haya sido tan titánico como para un párvulo memorizar los manuscritos del Mar Muerto. Koh, siempre quejoso de las costumbres valencianas, infeliz por una vida muy solitaria y deseoso de volver a casa, ironiza con algunos empleados cercanos que su manera de entender la cultura hispana es visionar la serie Narcos en Netflix. Sus escasas cenas personales han sido con algunos de estos empleados medios, que le acogieron con buena voluntad. A alguna de ellos, que le tendió la manó y le abrió su casa, le pagó la hospitalidad con un despido tan frío como injusto, como a Patricia Salvador, eficiente jefa de logística fulminada sin aviso. No le subieron las pulsaciones.
La pregunta es si este club social reducido, estos émulos de colonizadores victorianos, que se reúnen en el Bar Mestalla, cual exploradores británicos tomaban el té en mitad de la sabana keniata, se va a perpetuar o tienen un plan social para, aunque sea de forma simbólica, darle un brochazo de valencianismo a la entidad. Anil Murthy tiene la palabra. En los 3 últimos años, ha incorporado un séquito de Singapur, sus mejores amigos, que le han venido bien para divertirse, relajar su vida y encontrar un respiro en el entorno, pero, me temo, le ha sentado muy mal para su misión de conectar con los españoles, a los que tras una etapa inicial de calculada simpatía vendiéndose como un hombre integrador, ahora se ha revelado como azote. Anil no ha tejido ninguna relación relevante con empresarios, políticos o valencianistas más allá de su vinculación con el dimitido José Luis Zaragosí. Una de las pocas personas valencianas que se relaciona con el entorno de Lim es el empresario Manuel Peris, un hombre cosmopolita, mano derecha de Amadeo Salvo en su momento y buen valencianista, pero extremadamente inteligente y que, entendemos, nunca se prestaría a ser otro polichinela carbonizado por la administración Meriton. Peris, me extrañaría lo contrario, ya le debe haber indicado a Lim que su única opción de salvar la inversión es reestructurar y regenerar al Club.


No apuesto, de ningún modo, por ello ni por un mínimo acercamiento. El desplante irrespetuoso a Martin Queralt anticipa el futuro. Entiendo que Murthy seguirá esa segregación voluntaria, en su área de confort social y servilismo al líder. Y mucho más si quiere extender la idea que todo el valencianismo tiene el mal de la desigualdad, la ideología de ultraderecha, señalando a la totalidad, paradójicamente en una Comunitat gobernada – con sufragio universal, no como en Singapur- por el progresismo. Anil es de origen hindú, una sociedad dominada por las castas, donde los estratos sociales superiores ejercen una tiranía aceptada con los inferiores de por vida y generación tras generación. Donde son productos superventas las cremas blanqueadoras de la piel, ya que tener la tez oscura es motivo de degradación de las personas. Él debería saber valorar la convivencia cívica y el equilibrio social en el que vivimos los valencianos, pese a algunas excepciones. Quizá, al presidente del Valencia, lo que le chirríe es que el valencianismo no les acepte a él y a su corte con resignación como una casta superior. Muy al contrario, le exijan una buena conducta y una buena gestión social, económica y deportiva.
PD: Una de las primeras decisiones de Murthy y Kim Koh, tras la salida de Lay Hoon Chan, fue la de suprimir el acuerdo social entre el Valencia y UN Women, suscrito con Javier Tebas presente, en Nueva York en 2014,. Mediante el mismo el Valencia Club de Fútbol se posicionaba, al estilo del Barcelona con UNICEF y los niños, como embajador de la igualdad de género oficial, y se realizaron actuaciones por los derechos de niñas y mujeres no sólo en España, sino en Estados Unidos, China y varios países europeos. Escuetamente, al ser nombrado Presidente me explicó que él no creía en esa causa de la igualdad, ni en la ONU -para la que trabajó- y que era un despilfarro. Al menos, quedan hitos como aquella noche en Mestalla donde organizamos un homenaje a la mujer valencianista con Conselleras, periodistas, actrices, empresarias, científicas y profesionales de alto rango. Allí estuvo Mónica Oltra. Entiendo que la vicepresidenta no entenderá tampoco que el Presidente del Valencia, que no cree en la igualdad de derechos de mujeres y hombres, pueda enarbolar la teoría victimista de un racismo, inexistente, para invalidar unas críticas tan masivas como, en el fondo, consistentes a los hechos.

