Nasser al-Khelaifi, máximo propietario del PSG. Foto: PSG.

Orgullo herido, alta política, negocios turbios y algo de fútbol

Opinión

Nasser al-Khelaifi, máximo propietario del PSG. Foto: PSG.

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Los días nunca son aburridos para Nasser al-Khelaifi. Los cargos que compatibiliza este padre de cuatro hijos darían para ocupar a varios graduados en escuelas de negocios: ministro del gobierno catarí, presidente de su federación de tenis, miembro del consejo de administración de la UEFA, presidente de BeIN Sports y máximo dirigente de la empresa Qatar Sports Investments (QSI), entre cuyos activos sobresale el París Saint-Germain. Al-Khelaifi, por supuesto, también preside el club francés, que mantiene con el FC Barcelona una de las rivalidades modernas más calientes del deporte. Alta política, negocios turbios, orgullos heridos y sí, también algo de fútbol, se dan la mano en esta eliminatoria.

Al-Khelaifi llegó al palco del Parque de los Príncipes hace ahora casi una década: en junio de 2011 QSI pagó a tocateja 76 millones de euros al propietario del PSG, el fondo americano Colony Capital. En aquel momento el club parisino acumulaba siete temporadas sin aparecer por la Champions y 17 sin ganar la liga. El PSG era poco más que una camiseta bonita y un estadio con nombre glamouroso. Sin embargo, unos meses atrás había supuesto el postre a un almuerzo que cambiaría el fútbol europeo.

“Nada más llegar a París, Al Khelaifi se muestra un enamorado del Barça, que acaba de hacerse con su segunda Champions en tres temporadas: “En todo el mundo se admira el juego del Barça”

23 de noviembre de 2010, Palacio del Elíseo. El presidente galo Nicolas Sarkozy reune a Michel Platini -mandamás de la UEFA- y al emir de Catar, Tamim ben Hamad al Thani. Según investigará después la Oficina Anticorrupción de la Policía francesa, Sarkozy presiona a Platini para que en la inminente elección del Mundial 2022 vote a la candidatura de Catar en lugar de la de Estados Unidos. Sobre la mesa se sirven, entre otras contraprestaciones, la creación de BeIN Sports en Francia… y la compra con capital catarí del ruinoso club de la capital francesa. Sarkozy, además de aficionado al PSG, es íntimo amigo y socio empresarial de Sebástien Bazin, representante en Francia de Colony Capital. Todo parece anudado, y solo falta que Platini acceda. Y Platini accede. “Me ha dicho el jefe del Estado que hay que considerar la situación de Francia”, argumentará el ex jugador galo a Sepp Blatter, según desvela este último en el Financial Times. “La elección de Catar fue el resultado de la intervención francesa, que cambió cuatro votos”, señalará el ex presidente de la FIFA.

Francia le entrega el Mundial a Catar y Catar paga haciendo del PSG un nuevo rico del fútbol europeo. Siete meses después de esa cena, Al-Khelaifi aterriza en París. ¿Por qué Catar le lanza como paracaidista sobre el PSG? Nacido en Doha en 1973 -apenas dos años después de que el desértico emirato lograse la independencia del Reino Unido- a mediados de los 90 tuvo una carrera mas bien olvidable como jugador semi profesional de tenis. Fue entonces cuando coincidió en los entrenamientos con el entonces príncipe heredero, Tamim Al Thani, lo cual -si se aprovecha bien- supone enormes ventajas en una monarquía absolutista. Desde entonces, su amistad con el actual emir no ha dejado de traducirse en puestos de responsabilidad señalados por la familia real.

Aunque es el hijo de un pescador de perlas, Al Khelaifi ya habla francés porque durante su carrera tenística había realizado stages en Niza. Nada más llegar a París, Al Khelaifi se muestra un enamorado del Barça, que acaba de hacerse con su segunda Champions en tres temporadas. “En todo el mundo se admira el juego del Barça. Espero que algún día se diga algo parecido acerca del PSG”, manifiesta en L’Equipe. Entre los primeros fichajes de la nueva propiedad se cuentan el lateral Maxwell, directamente llegado desde el Camp Nou, y el canterano de La Masia Thiago Motta, procedente del Inter. En 2015 esa admiración por el modelo Barça lleva al PSG a fichar como director de su cantera al antiguo director del proyecto Escola FCB, Carles Romagosa.

Neymar y Mbappé celebran un gol con el PSG. Foto: Getty Images.

Para entonces, Barça y PSG ya se habían enfrentado en unos cuartos de final de la Champions. “El Barça no se construyó en tres años” argumentó Al Khelaifi tras la eliminación parisina. Y sin embargo, era el Barça el que buscaba piezas para seguir mejorando. Desde el Camp Nou se había sondeado a varios futbolistas del conjunto galo: en 2013, Thiago Silva; en 2014 y 2016, Marquinhos; en 2017, Verratti. Aquel verano, el agente del centrocampista italiano habla en el Corriere del Sport: “No traspasar a Verratti al Barça por 100 millones de euros se ha convertido en una cuestión de orgullo. ¿Sabéis lo que me ha dicho Al Khelaifi? Si le vendo me juego mi puesto. En Doha no me lo perdonarían jamás”.

En ese verano de 2017 todo cambia. A los cantos de sirena alrededor de Verrratti se une otro agravio para Catar: el FC Barcelona decide no prolongar el patrocinio de Qatar Airways en su camiseta a partir de aquel 30 de junio. La presencia de la aerolínea (233 millones de euros por cuatro temporadas) había provocado no poca contestación en la masa social culé, y formaba parte de las investigaciones de la FIFA a Sandro Rosell por asesorar a la candidatura catarí al Mundial 2022.

Un mes después, el PSG desembolsará el mayor traspaso de la historia para sacar a Neymar de Barcelona. El autor intelectual de la remontada se convierte en la gran perla que el hijo del pescador consigue para su colección.

Así llegamos a esta eliminatoria inflamada por los guiños a Leo Messi. En el palco, un catarí de 47 años, de origen humilde pero altas aspiraciones, primero devoto del Barça y luego su obsesivo adversario, y muy camaleónico: capaz de merecer en marzo de 2020 el título de persona más influyente del fútbol según France Football y, en septiembre, afrontar un proceso judicial en Suiza por ‘mala gestión criminal’ al haber ofrecido una mansión en Cerdeña al secretario general de la FIFA, Jerome Valcke, a cambio de los derechos de los Mundiales al grupo BeIN.

Al Khelaifi: la sonrisa del régimen pero también su puño de hierro.