Hoy juega España. Hoy jugamos todos los que sentimos el fútbol, a nuestro país y nuestros colores. Hoy salgo de casa con mi camiseta del mejor centrocampista español que vi jamás en el momento más importante de mi futbolera vida; la del Mundial de Sudáfrica con el ‘8’ de Xavi Hernández. La última zamarra sin estrella. La que nos llevó al estrellato. La guardo como oro en paño y me la enfundo para las grandes ocasiones. Ocasiones como la de hoy.
Es una pena haber llegado hasta aquí porque un España-Eslovaquia de fase de grupos jamás debería haber sido un partido decisivo. El grupo era sencillo y el nivel de los españoles mucho mayor. Pero el fútbol no entiende de lógica ni de predicciones razonables. España llega al tercer partido al borde del cataclismo porque no fue capaz de ganar a Suecia ni a Polonia. Es lo que hay. A partir de ahí podemos hacer tres cosas; pasar de la selección, matar a Luis Enrique o sentarse frente a la tele hoy cruzando los dedos y esperando un futuro mejor.
Mucha gente ha elegido ya entre las tres opciones y ha apostado por las dos primeras. O desconectar de la selección y ponerse frente a la tele -porque verlo lo verá todo el mundo- sin expectativas o matar al seleccionador como responsable total del desaguisado. Pero que nadie se confunda; esto no viene de hoy ni de la noche de Polonia. Esto viene de más atrás. Exactamente desde que Luis Enrique diera la convocatoria para la Euro. Desde ese preciso instante Ramos y Nacho se convirtieron en arma arrojadiza y excusa recurrente para muchos. Aspas se colocó en la terna para agrandar la maniobra de desafección provocada por la ausencia de madridistas en la lista por primera vez en la historia (quede cristalino que yo habría llevado a los tres). Y eso, claro, no podía caer en saco roto. El desgaste soterrado desde entonces, hasta el inicio de la competición, fue palpable. Y la falta de resultados después ha hecho la situación insoportable. Hay una cruz sobre Luis Enrique que nada tiene que ver con su trabajo como entrenador y sí como gestor político de la selección.
“Cuando uno ostenta un cargo socialmente tan expuesto, está obligado a mucho más que trabajar sobre el césped”
Pero Luis Enrique no es santo en esta historia de villanos. Ser seleccionador nacional implica muchas más cosas que entrenar a un grupo de grandes futbolistas. Desde ese estricto punto de vista tenemos -probablemente- al mejor entrenador posible; lo demostró en Barcelona y no dudo de su capacidad ahora. Pero no tiene talante. Y, cuando uno ostenta un cargo socialmente tan expuesto, está obligado a mucho más que trabajar sobre el césped. En eso no hay mayor maestro que Zidane en el Madrid, siempre pegado a una sonrisa en las buenas y en las malas. Siempre con respeto, nunca desafiante. Siempre tendiendo puentes y no tendiendo a lo contrario. Él sabía que representaba al Madrid y el Madrid no podía tener mejor representante. Y, como en cualquier faceta de la vida, es mucho más fácil respetar a quien te respeta que al que te ignora o te ningunea.
Luis Enrique no ha querido o no ha sabido entender eso. No va en su naturaleza la mano izquierda fuera del vestuario, pero su cargo le obliga a tenerla. Del Bosque podría darle lecciones de lo que significa ser seleccionador nacional de España. Generar enemigos por falta de empatía no solo le afecta a él personal o profesionalmente. Ese veneno se acaba colando en el vestuario y destruye cualquier cosa por muy sólida que sea. Y es evidente que ya está dentro.


Solo puedes ser así si aciertas siempre y si ganas casi siempre. Pero Luis Aragonés hubo uno y no parece que ‘Lucho’ vaya camino de reencarnarse en ‘Zapatones’. Así que, si a Luis Enrique le sumamos un bloque sólido en su contra que cree que el Madrid es la selección con su falta de mano izquierda, ya tenemos el uranio enriquecido al 97%. Cuando empieza a rodar el balón la explosión nuclear está asegurada si no ganas siempre. Y, desgraciadamente, esta selección ya no está para ganar siempre; es el último eslabón de la cadena de resultados. Italia ha pasado años remodelando su proyecto hasta llegar hasta hoy, Alemania afronta un proceso de regeneración en el que también está entrando Croacia y Portugal, y nosotros estamos en ese momento de nuestra existencia. Los éxitos del pasado cumplieron la mayoría de edad y la nueva generación de futbolistas seleccionables nada tiene que ver con aquella; no tenemos un Casillas, ni un Puyol, ni los dos Xav(b)is, ni Villa para el gol… no tenemos nada de lo que nos hizo diferentes. Ahora hay un grupo de buenos jugadores que no son estrellas en sus equipos y sus equipos, en muchos casos, tampoco son estelares. Y, por si fuera poco, muchos de ellos ni siquiera juegan en España, lo que todavía hace más difícil la identificación con un aficionado que no los ve jugar ningún domingo del año.
“Ahora hay un grupo de buenos jugadores que no son estrellas en sus equipos y sus equipos, en muchos casos, tampoco son estelares”
Esta, creo, es nuestra realidad actual con todas sus aristas. Dentro y fuera. Llegarán tiempos mejores. De eso estoy seguro. Pero hoy no estamos al nivel de las grandes selecciones del continente. Podemos aceptarlo o criminalizarlo, pero eso no cambiará la situación. Tampoco otro seleccionador, con otra lista, obraría el milagro; acertaría más en unas cosas y se equivocaría en otras. Tenemos un buen entrenador con mal talante, tenemos una selección joven con mal presente y tenemos un centralismo de Madrid -que lo ensucia todo hace tiempo- y que torpedea en lugar de ayudar en estas circunstancias.
La selección lo está haciendo francamente mal y el fracaso está siendo notable. Si pierde hoy será estrepitoso y habrá que depurar responsabilidades; no te habrá echado en primera fase Alemania, Italia o Países Bajos. El desastre requerirá decisiones reales sin olvidar todo lo anteriormente relatado. Pero, hasta entonces, el muerto sigue vivo. Hoy juega España. Algunos esperan el batacazo, pero… a lo mejor no pierde. Y si gana, igual hasta termina primera de grupo y el enfermo recuperará algo de color. Mi eterno color; rojigualdo de mi España.